Lobo Diarte murió acompañado pero sintió en sus últimos meses el mal del olvido: la soledad. Para las dudas existenciales encontró el refugio de la poesía -187 obras registradas-. En su retiro suplantó con ella la algarabía del gol. Sus inquietudes intelectuales mostraron a un hombre atípico para el fútbol, una persona de carácter renacentista capaz de expresarse como un delantero contundente con el balón, y como un tipo sensible con papel y pluma.
A Diarte se le define como un delantero centro de zancada larga, rápida y ágil. El apodo de Lobo se lo pusieron con 17 años, cuando debutó con el Olimpia de Asunción, con el que consiguió dos ligas: la de 1971, en su debut; y la de 1987, cuando se retiró.
Entre una fecha y otra hizo carrera en España. El Zaragoza le abrió las puertas en 1973 tras abonar 7 millones de pesetas por su traspaso. Pero antes debió cumplir como un trámite la búsqueda de un padreadoptivo de nacionalidad española que con sus apellidos facilitase su salida de Paraguay.