lunes, 19 de diciembre de 2011

Arturo Pérez Reverte: Biberón o martillo

Hace medio siglo justo, cuando el arriba firmante llevaba pantalón corto y creía en los Reyes Magos, en la bondad de los policías y en la virginidad de su madre, la autora de mis días, que era -y sigue siendo, porque ahí continúa, ochenta y ocho primaveras en la sonrisa y jugando la prórroga sin ganas de cambiar de barrio- una señora con fe en la Humanidad en general y en los buenos sentimientos de sus vástagos en particular, hizo con mi hermano y conmigo un experimento sociológico: nos castigó -habíamos hecho alguna salvajada, con los estragos habituales- a pasar una tarde de sábado encerrados sin otra diversión que algunos tebeos de Dumbo y Pumby, Los apuros de Guillermo, de Richmal Crompton, y las muñecas de mi hermana Marili. Lo de las muñecas fue, naturalmente, un refinado toque de humillación deliberada. Un puntito de crueldad materna, para que me entiendan

Carmen Posadas: Escuela de papanatas

El otro día leí la noticia de que un museo, de esos superferolíticos que se precian de estar en la vanguardia de las artes, expuso lo que ahora llaman una `instalación´ del prestigioso artista alemán Martin Kippenberger (1953-1997). Sí, ya saben ustedes, ese tipo de pieza de arte que consiste en reunir varios objetos heterogéneos, firmar al pie y pedir un pastón por ella. Como la susodicha instalación era tan valiosa, se le hizo un seguro de ochocientos mil euros y se expuso al públicoconnaisseur, que desfiló, extasiado, ante la obra que consistía en una especie de escalera, un trapo colgado de un peldaño y, abajo, un cubo de goma con una mancha de cal. Como digo, por allí desfiló todo un público fascinado ante tal derroche de talento, hasta que una limpiadora desaprensiva (y desde luego muy poco connaisseur) confundió la artística mancha de cal con una monda y lironda y procedió a rasparla con un cepillo, arruinando tan extraordinaria (y carísima) pieza artística. Si no fuera por la que está cayendo, con la crisis a punto de acabar con este viejo continente nuestro, la noticia sería como para troncharse de risa, no me digan que no. Como lamentablemente la situación es la que es, el asunto parece solo un cruel sarcasmo. Pero bueno, no vamos a ponernos tristes, que hoy es domingo y hay que sonreír.

Juan Manuel de Prada: Los días contados

Se repite mucho, como una suerte de maldición rutinaria, que los periódicos tienen los días contados; y tal vez sea cierto, a juzgar por lo asumido que lo tienen quienes deberían preocuparse por su supervivencia y más bien se dedican a darles la puntilla. Y es que, en verdad, si contemplamos con cierta perspectiva los cambios desquiciados que la prensa ha experimentado en los últimos años, concluiremos que directores y editores de prensa sufren una suerte de arrebato suicida; pues de suicidas hemos de calificar a quienes reniegan de su naturaleza y tratan de sustituirla por otra que no es la propia. Muchos han sido los intentos de desvirtuar la naturaleza de los periódicos en los últimos tiempos, impulsados por una pretensión de `asimilarlos´ a otras formas de comunicación más novedosas. Se empezó por `aliviarlos´ de letra y por sustituir las piezas más extensas (frondosos reportajes, entrevistas consistentes, minuciosas crónicas) por un conglomerado o batiburrillo de gacetillas breves, pues se consideró que el lector hodierno, habituado a las urgencias del lenguaje televisivo, buscaba en el periódico un `picoteo´ veleidoso, al estilo del que le proporciona el zapping o la navegación sumaria por Internet. A nadie se le ocurrió pensar que ese `picoteo´ ya se lo proporcionaban la televisión o Internet, y además de forma mucho más eficaz e inmediata; y que tal vez quien perseveraba comprando periódicos, pese a disponer de tropecientos canales televisivos y conexión a Internet, buscaba en ellos precisamente lo que solo los periódicos le brindaban. Pero se prefirió convertir a los periódicos en un sucedáneo patético de aquellos otros medios; y ya se sabe que la gente, cuando le das a elegir entre el original y el sucedáneo patético, se queda con el primero, salvo que esté chiflada o padezca tendencias masoquistas. 

lunes, 5 de diciembre de 2011

Cañon de Añisclo: sábado 3 diciembre

Nos adrentamos por la pista asfaltada que lleva hasta el aparcamiento que esta enfrente de  la Ermita de San Urbez, un bonito paseo hasta un viejo molino para llegar hasta la citada Ermita para volver al aparcamiento, un circuito circular.



Vistas del rio Bellos desde la pista.










 Lugar donde se encontraba el molino aún se puede apreciar las piedras


 Una bonita cascada


domingo, 4 de diciembre de 2011

Calcenada otoño 2011

Unas fotos de la última calcenada:











Carmen Posadas: Una de vampiros


Vivimos desde hace años una verdadera plaga de vampiros. Películas, vídeos, libros, anuncios. Por todas partes abundan los `chupasangre´. Jóvenes que en su vida habían leído un libro devoranCrepúsculo, quien más quien menos dice que Drácula es su personaje favorito y en Hollywood desde Tom Cruise hasta Brad Pitt se han puesto capa y colmillos para aterrarnos a todos. A mí siempre me ha llamado mucho la atención la vampiromanía: primero, porque el conde Drácula nunca me ha interesado lo más mínimo y, segundo, porque hace poco leí un estudio psicoanalítico que analizaba las claves secretas de este mito. Según dicho estudio, los mitos lo son porque corresponden a deseos inconscientes o inconfesables de las personas. Hasta ahí todo muy claro. El problema viene luego, cuando afirma que la vampirización (recuérdese que suele ser siempre un personaje masculino el elemento activo y la mujer, el pasivo) es una fantasía erótica que gusta tanto a hombres como a mujeres porque remite al acto sexual, ya sea consentido o no tanto. En otras palabras, es una fantasía de posesión cuando no de violación. Toma ya. Personalmente tengo una teoría de por qué gustan tanto los vampiros, y es porque el mundo esta `lleeeeeno´ de ellos. Sí, como lo oyen, esa es mi conclusión. Algunos saben que lo son; otros, no, pero están por todos lados.

Arturo Pérez-Reverte: Niños, boxeadores y tableros

Ambiente ajedrecístico espléndido en la Alhóndiga de Bilbao, donde disfruto como un gorrino suelto en campo de mazorcas. Nivel intenso y emoción asegurada. Se juega la Final de Maestros -la primera parte fue en Sao Paulo- en una ciudad que en los últimos años se ha vuelto en extremo acogedora, cuidada y serena. Llevo aquí tres días como espectador privilegiado del juego de los más grandes: Anand, Carlsen, Aronian, Nakamura, Vallejo y mi querido Ivanchuk -el que jugaba contra un huevo pasado por agua-, se baten silenciosamente tras el cristal de una vitrina insonorizada; pecera en torno a la que se agolpa el público, que de ese modo puede presenciar, como si estuviese en pie junto a la mesa de los jugadores, el desarrollo de las partidas. Y algo más allá, en largas filas de tableros, aficionados adultos y niños juegan las suyas, dando entre unos y otros a la antigua lonja de grano bilbaína un fascinante aspecto de templo del ajedrez; de ese noble y viejo arte menospreciado por gobiernos y ministros de presunta Educación y de presunta Cultura, que incluso gente bien dispuesta, limitando mucho el ámbito del asunto, considera sólo un deporte, o un juego.