martes, 14 de enero de 2014

Carmen Posadas: Pensar con el estómago

Esta semana, aprovechando que estamos en fiesta, me voy a colgar una medallita. Hace unos meses, en estas Pequeñas infamias, compartí con ustedes una intuición -y nunca mejor dicho que en ese caso- que recientes investigaciones estadounidenses acaban de corroborar. Mi intuición era que, en un mundo en el que todos creemos que existen modos habituales de tomar decisiones, hacer caso a los impulsos del corazón o, por el contrario, a lo que dicta la cabeza, resulta que uno y otra fallan más que una escopeta de feria. En cambio, las decisiones que se toman atendiendo a otra víscera mucho menos glamurosa, y a la que desde luego ningún poeta ha dedicado ni una mísera línea, son más acertadas. Hablo del estómago, las entrañas, que es donde todos situamos la intuición, las decisiones más irracionales. Ahí va un ejemplo. Conoce uno a un hombre o mujer sensacional. Las hormonas se revolucionan, los pulsos laten locos y cada vez que él o ella nos mira nos sube la bilirrubina. 
Acto seguido, siguiendo los dictados del corazón, uno diagnostica que ha encontrado a su media naranja, se abandona al delirio y salga el sol por Antequera. Y lo curioso del caso es que lo hace así varias veces a lo largo de la vida, a pesar de que no hay más que mirar el currículum sentimental de cualquiera para darse cuenta de que todos tenemos un impresentable, un tonto o incluso un canalla elegido gracias a esta víscera que seguimos creyendo infalible.