Debo decir que hasta hoy no me había llamado
demasiado la atención el caso de este matrimonio. Al fin y al cabo todo se
desarrollaba según el guión habitual: infidelidad- separación-divorcio. Es lo
que la gente suele hacer en estos tiempos: no hay misericordia para la traición
(al menos para la que se produce de cintura para abajo): el adúltero a los
infiernos, y a otra cosa mariposa. Y esta forma de proceder no solo es la que
la sociedad aplaude sino que incluso la exige, de modo que si alguien no se divorcia
tras una infidelidad, primero queda como un imbécil y después pasa a ser
sospechoso. En efecto, si uno perdona a su cónyuge, las almas caritativas
inmediatamente empiezan a especular. Si es una mujer suelen decir: “Claro,
aguanta por dinero” o bien “No quiere perder estatus, por eso traga”. Si es un
hombre, aún peor, porque ahí la acusación es de calzonazos y, por supuesto, de
cornudo. Ni por un momento se les pasa por sus bienpensantes cabezas que
alguien libremente elija perdonar. Que lo haga, por ejemplo, porque no desea
romper su familia o, simplemente, porque está enamorado o enamorada de esa
persona y, después de hablar con ella y de sentar nuevas reglas, prefiera darle
una segunda oportunidad. Que quede muy claro que no estoy diciendo nada en contra
de aquellos que prefieran romper con alguien que les ha sido infiel, cada uno
es muy libre de hacer lo que quiera. Pero precisamente porque todos somos
libres, no entiendo la censura y la estigmatización social de quien decide
continuar la relación. Tanto y tan rápido han cambiado las costumbres y la
moral, que, como pasa en otros muchos ámbitos, nos hemos ido al extremo
contrario del péndulo. Ya no estamos en los tiempos en los que las mujeres
teníamos que aguantar con una sonrisa que nos pusieran los cuernos porque no
había divorcio. Aquí cada cual es muy dueño de romper o no su matrimonio, por
eso no comprendo la “sospecha” cuando alguien decide no hacerlo. Primero
porque, al menos en mi opinión, las traiciones de cintura para abajo son
bastante más perdonables que otras menos aparatosas pero mucho más profundas.
Como, por ejemplo, la sistemática falta de respeto, la desautorización o el
ninguneo, o el maltrato psicológico. Y segundo, porque es más valiente perdonar
que no hacerlo, más inteligente sopesar los pros y los contras de una relación
y elegir qué conviene más. No desde el punto de vista crematístico sino,
simplemente, emocional. Por eso me alegro mucho de que un personaje público
como Elin Nordegren diga que apuesta por dar una segunda oportunidad. De ella
desde luego no podrán decir que lo hace por dinero, porque iba a ganar un
pastón con su divorcio. Tampoco creo que digan que es por falta de otras
posibilidades sentimentales, porque es monísima. Y menos aún que lo hace por
falta de carácter, porque bien lo ha demostrado en estos meses en que su vida
se ha convertido en un vodevil. Lo hace por amor, porque es libre y porque le
da la gana ¿es acaso menos mujer por ello? Y hablando del sexo contrario ¿No
será más hombre el que perdona que le que no?
domingo, 6 de febrero de 2011
Cuando elige uno perdonar (Por Carmen Posadas)
Leo estos días en la prensa que Elin Nordegren, esposa de Tiger
Woods, ha decidido darle una segunda oportunidad a su marido y perdonar sus
infidelidades. Y eso que “infidelidades” es casi un eufemismo cuando se habla
de este célebre golfista que, según se ha sabido urbi et orbe, tenía casi más
amantes que ceros en su abultada cuenta bancaria. Sabido es también que su vida
sentimental se destapó cuando tuvo un accidente automovilístico huyendo de su
mujer que acababa de descubrir la tostada y estaba, como es lógico, furiosa.
Desde entonces su vida se ha convertido en un infierno. Ella puso
inmediatamente en marcha los trámites de un divorcio que se anunciaba como uno
de los más caros de la historia mientras él se veía obligado a apartarse del
golf por falta de concentración. Por si fuera poco, le cancelaron todos sus
contratos millonarios y por fin no tuvo más remedio que ingresar en una clínica
para someterse a una cura de adicción al sexo.
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