domingo, 3 de abril de 2011

Cerco al dolor...Por Juan Rodríguez


El cerebro de una persona que sufre dolor crónico presenta un aspecto distinto y funciona de forma diferente al de alguien que no lo padece. Esta afirmación, basada en las últimas investigaciones en biología molecular y genética y confirmada por las resonancias cerebrales cada vez más precisas, ha abierto un nuevo universo en el tratamiento de este tipo de mal. Se ha demostrado que el cerebro puede quedar dañado a causa de un dolor persistente y que llega a registrar ese sufrimiento cuando, técnicamente, nada lo está provocando, solo el daño cerebral en sí.
Esta disfunción abre la posibilidad de métodos completamente nuevos para la eliminación o la mitigación del dolor, un hecho que han merecido una reciente portada en la revista Time. «Se ha dado un cambio en la consideración del dolor como experiencia puramente sensorial», observa el doctor Clifford Woolf, neurólogo en el Children´s Hospital de Boston. «En lugar de buscar la supresión del dolor como síntoma, hoy el mejor tratamiento es la prevención del dolor como enfermedad. Es una nueva forma de ver la situación y trastoca por completo nuestra comprensión tradicional del dolor.» 

Se llama «dolor crónico» a aquel que persiste en forma de molestia, con picos de intensidad, una vez curada la afección que lo generó en un inicio de forma aguda. Se lo considera técnicamente crónico cuando dura más de seis meses y no hay tratamiento que lo venza.

La mayoría de los expertos coincide en que se trata de un fenómeno del sistema nervioso, pero solo en los últimos años se ha llegado a aceptar que no siempre tiene origen en una fuente física. En el caso de los amputados que aún sienten fuertes molestias en las extremidades seccionadas, el cerebro sigue registrando señales de dolor, por muy distorsionadas que sean. En el caso de los dolores crónicos, el problema se acentúa, pues en la mayoría de los pacientes no hay una causa o herida precisa y susceptible de tratamiento.

El problema puede tener origen en problemas tan corrientes como la artritis -una inflamación de las extremidades que las lleva a palpitar de incomodidad-, la fibromialgia -el descontrol de las señales del dolor revierte en la hipersensibilidad de las articulaciones, los músculos y los tejidos- o la neuropatía, un trastorno nervioso provocado por dolencias tan diversas como el cáncer o la diabetes. ¿Qué produce entonces el dolor crónico? Los expertos barajan tres causas principales: los componentes químicos del cerebro, los circuitos neuronales y la herencia genética. Vayamos de una en una.

En primer lugar, parte de la clave puede estar en los elementos químicos que bañan el cerebro y favorecen la comunicación entre las células nerviosas. Los pacientes de fibromialgia constituyen un caso revelador. Es frecuente que se quejen de profundos dolores y de fuertes molestias en las articulaciones, por mucho que en ellas no se den rastros de inflamación. Lo que sí suelen darse son bajos niveles de endorfinas en comparación con los individuos no afectados por la enfermedad. Las endorfinas vienen a ser la morfina natural del organismo y atenúan el dolor al actuar sobre los receptores de las células nerviosas susceptibles a los opiáceos. Al tener menos endorfinas, son más susceptibles de sentir dolor.

En segundo lugar, puede suceder que en los pacientes con dolores crónicos los circuitos neuronales estén alterados. Por ejemplo, existe un mecanismo de adaptación por el cual el dolor severo en una parte del cuerpo inhibe los dolores en otras áreas, y está demostrado que dicho mecanismo opera de forma deficiente entre las mujeres con fibromialgia. Es decir, si uno tiene dolores en el brazo y de repente sufre un fuerte pisotón en el pie, las molestias en el brazo remiten de forma temporal, pues el cerebro pone toda su atención en la nueva fuente de dolor. En el caso de los pacientes con dolores crónicos, dicho mecanismo está dañado o no existe.

Y en tercer lugar, y casi con toda seguridad, los genes desempeñan un papel en la respuesta al dolor. Las diferencias heredadas en el número, la densidad y el tipo de receptores-detectores del dolor pueden explicar por qué algunas personas son más sensibles al dolor.

¿Cómo tratar el dolor crónico? Una de las líneas de investigación siguen siendo los medicamentos. Varias investigaciones de farmacéuticas intentan mejorar los efectos de sus productos aplicando los nuevos hallazgos en biología molecular que cada día se acercan más al origen del dolor a nivel celular. Se trata de crear analgésicos específicos, pero, por definición, ello supone atacar los síntomas. Lo más novedoso es que algunos investigadores consideran que mejorar la vida de los pacientes con dolor crónico requiere algo más que el simple ensordecimiento de las falsas alarmas del sistema nervioso. Sería mucho más efectivo, dicen, readiestrar el cerebro y dar con una forma de desconectar esas alarmas por completo.

En este sentido, unas de las pruebas más innovadoras son las realizadas con resonancias cerebrales por el doctor Sean Mackey, profesor de anestesia y tratamiento del dolor en Stanford. Mackey conectó a varios individuos sanos sujetos a resonancia magnética y les mostró en tiempo real una imagen de su actividad cerebral en una región conocida como córtex cingulado anterior, reguladora fundamental de las señales de dolor. La prueba consistía en que, mientras les aplicaban un instrumento caliente en el brazo que causaba dolor, ellos intentasen controlar su actividad cerebral concentrándose en experiencias o recuerdos agradables. Por sorprendente que resulte, la concentración y «evitación activa de los pensamientos de dolor» funcionó. Después de ser así adiestrados, los voluntarios incrementaron en un 23 por ciento su capacidad para controlar la intensidad del dolor. Y en el estudio definitivo con pacientes con dolor crónico, el índice de reducción de la sensación de dolor alcanzó el 64 por ciento. El concepto se basa en la plasticidad del cerebro, en la forma en que este cambia y se adapta a las nuevas situaciones. Un boxeador no viene al mundo incapacitado para sentir un puñetazo en la nariz; de hecho, siente ese dolor como todos. Pero, con el tiempo, su umbral del dolor se ajusta de tal forma que los puñetazos le duelen menos.


Finalmente, una última pieza del rompecabezas del dolor tiene que ver con los factores psicológicos, sociales y conductistas en juego. El hecho de que el dolor posoperatorio se convierta en crónico o no puede depender también, parcialmente, del temperamento personal y el estado de ánimo del paciente. Los elementos químicos del cerebro que regulan el ánimo y las emociones -serotonina y norepinefrina, entre otras- están estrechamente ligados a aquellos otros elementos que generan las respuestas al dolor. Los médicos se encuentran así constantemente con casos que parecen confirmar que unos y otros elementos estén interrelacionados. Los enfermos de depresión o ansiedad, por ejemplo, muchas veces describen una mayor incidencia de dolores crónicos, y es habitual que dichas molestias aumenten a medida que empeora la depresión. De ahí que, en la investigación para mitigar el dolor crónico, la psiquiatría juegue un papel determinante. En los muchos estudios llevados a cabo sobre el tema, ya existe una constante: hablar es importante.
La primera clínica multidisciplinaria del dolor se creó en 1960 en la Universidad de Washington, en Seattle. En España, el tratamiento del dolor como unidad independiente empezó en 1966, en la Clínica de la Concepción de Madrid. Y diez años después se creó la primera clínica del dolor en Cataluña, en el hospital Valle de Hebrón de Barcelona. Pese a que ya hay unidades del dolor en muchos centros de salud, apenas existen clínicas especializadas. Pero estos días ha abierto sus puertas una nueva y multidisciplinar en Bilbao. El objetivo está claro: atacar al dolor desde todos los frentes.

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