martes, 12 de abril de 2011

¿Para qué van a servir los nanomateriales?...Por Eduardo Punset

Hacía años que no coincidía en un congreso con Harold Kroto, premio Nobel de Química en 1996. Coincidimos con el físico Javier Tejada en una mesa redonda en Pamplona, que sigue estando en la cima de las nuevas tecnologías, particularmente, de nanomateriales.
¿Nanomateriales? Sí; es la nueva ciencia de los átomos y moléculas. Es el mundo de lo diminuto, de lo microscópico por donde todo empezó hace cuatro mil millones de años. Me dicen amigos míos físicos que a la cabeza de un alfiler le sobran cantidades ingentes de tamaño para tener la categoría de un nanomaterial: un millón de nanometros comparado con 0,2 que mide un átomo. 

A las generaciones del futuro -las que nos sucederán a nosotros- no les sobrará nunca material porque ya no construirán artefactos de arriba hacia abajo: ahora, partiendo de un árbol, se sacan las ramas para quedarse con la madera para fabricar una silla y, partiendo de esta, una pelota de juego, después de haber echado de nuevo por la borda el material que sobraba.

Pronto construiremos al revés gracias a Harold Kroto y otros científicos nanotecnológicos: de abajo hacia arriba. Sabremos aprovechar el poder autoensamblador de determinadas moléculas para fabricar a su amparo los materiales que necesitamos para disponer de nanorrobots que circulen en nuestros flujos sanguíneos, identificando anomalías; que transporten fármacos al órgano elegido; que incidan en las conexiones cerebrales necesarias para mejorar el carácter de la gente; construiremos materiales diminutos y enrollables como los futuros microprocesadores; mejores conductores de corrientes magnéticas y eléctricas; fabricaremos tejidos mucho más resistentes que los actuales, que permitan sincronizar ascensores a otros satélites; aviones a toda prueba de accidentes; coches que eviten, por sí solos, obstáculos.

Un mundo, efectivamente, muy distinto del que hemos fabricado hasta ahora de arriba hacia abajo, pero más parecido al basamento natural del que partimos: de abajo -el primer órgano unicelular hace más de cuatro mil millones de años- hacia arriba, la primera comunidad andante de células o el primer humano millones de años después.

A Harold Kroto le han interesado siempre mucho más las vertientes básicas de su actividad como investigador que las aplicaciones por las que le pregunta todo el mundo. Siempre me ha seducido el contraste entre su humildad como científico, que lo conduce a dudar de todo lo que no haya podido comprobarse todavía, frente a su insistencia en echar la culpa a los políticos de casi todo lo que no funciona. «Harold -le digo yo entonces-, son mucho más importantes los virus y todo lo que no sabemos todavía de ellos que los políticos»; simula que no entiende la crítica, pero yo sé que su inteligencia y su sentido del humor le permiten vivir en universos distintos.

A ese premio Nobel y amigo lo recordaremos siempre por dosatributos: en primer lugar, la ausencia total de dogmatismo; en realidad, nunca he conocido otro premiado en las trifulcas de la vida que haya asimilado con idéntico sosiego y permanencia el principio de incertidumbre sobre el que se asienta el pensamiento de los humanos, cuando pudo dejar de ser dogmático. Harold representa -¡salvo cuando hace referencia a las incongruencias de los políticos!- la esencia del pensamiento no dogmático.

En segundo lugar, es sorprendente que ni la investigación de toda una vida dedicada a la molécula C60 ni las clases que sigue dando en la Universidad de acogida en Estados Unidos lo han distraído para nada a la hora de dedicar también esfuerzo y tiempo a la astronomía o a la búsqueda del diseño gráfico adecuado para que los niños en las clases de primaria y secundaria aprendan por qué la ciencia está irrumpiendo en la cultura popular.

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