Corría el año 73 y la guerra entre árabes e
israelíes puso el petróleo por las nubes, despertando al mundo e ilustrando a sus
pobladores de las muchas tensiones que le esperaban en el futuro. La economía
española sufrió lo indecible -aunque mucho más sufriera en la crisis
petrolífera del 77 y 78- y diseñó una campaña de ahorro que se resumió en una
frase conminatoria: «Aunque usted pueda, España no puede».
No se trata de que
pueda permitirse lujos o no, se trata de que se rebaje la factura total que
pagamos de petróleo y de que el dinero no se vaya alegremente por la ventana.
Eso venía a decir aquel eslogan que ignoro si fue razonablemente efectivo.
Desde aquella primera lección, el mundo no ha sido capaz de desarrollar una
tecnología que permita los traslados en automóviles sin tener que depender de
los combustibles fósiles, y el precio que pagar por ello ha sido estar sujeto a
repetidas y recurrentes crisis petrolíferas surgidas de lo delicado de los
escenarios en los que se produce gran parte del oro negro. Cíclicamente, la
factura del petróleo que hay que pagar por casi todos los países ha puesto en
jaque sus economías y ha supuesto un duro banco de pruebas para los ciudadanos
menos adinerados. Todo es más caro, como podemos imaginar, porque todo se transporta
y mucho se confecciona mediante la energía que surge de la combustión de
diversos productos derivados de ese líquido negro hallado en las entrañas de la
tierra y que parece que no se va a acabar nunca. Y aunque el petróleo suba y
baje, aquello que es repercutido por sus subidas suele bajar muy pocas veces,
con lo que todo es más caro y tal y tal. Ahora andamos alarmados por las consecuencias que presenta el conflicto interno libio, el cual ha significado una subida del barril -hasta el momento de escribir este suelto- a 111 dólares. Por supuesto ha estado mucho más caro en otros momentos y ha flaqueado más, mucho más, su producción, pero parece que ahora estemos a la puerta del fin del mundo y que el escenario inflacionista y ruinoso de nuestra economía no vaya a poder soportar un conflicto como el de estos días. Así que el Gobierno español le ha dado a la máquina de confeccionar ocurrencias y, después de unos días de incertidumbre, ha decidido que circulemos a
Este gobierno de nuestras angustias, tan bien intencionado siempre y tan torpe en cada una de sus disposiciones -que siempre acaban traduciéndose en un disparo en el pie-, es el mismo que argüía que mediante el gasto público se excitaba la economía, ya que se ponía dinero en circulación y así se hacía crecer el consumo. Mediante esa fallida idea, se pulieron el superávit español -planes E, cheques bebé, paga de 400 euros, etcétera-, y ahora andan recordándole a usted que ahorrar en determinados apartados no es mala cosa. Y, además, obligándolo; cuando el petróleo, por ejemplo, no lo paga España, lo pagan los españoles...
Ay, Señor, ¡tantos años pasados para volver a los eslóganes del 73!
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