jueves, 19 de mayo de 2011

Perfeccionando el ´noble´ arte de mentir...Por Carmen Posadas

Todos sabemos que la ficción y la realidad se parecen muy poquito. Pero tal vez en lo que menos se parecen es, lamentablemente, en que en la ficción hasta el lector (o espectador) más obtuso sabe siempre quiénes son los malos de la historia, mientras que en la vida real hasta a los listos más listos se la dan con queso. Y es que en la ficción los malos tienen siempre una mirada torva o un tic y cuando mienten (los malos siempre mienten ¿no?) se les nota a la legua porque se muestran esquivos, sudorosos e incluso tartamudean.
Tal vez por eso nosotros pensamos que en la vida real ocurre otro tanto y sin embargo, lo cierto es que resulta casi imposible descubrir quién miente, quién engaña. Es verdad que aquellos que se dedican a estudiar el lenguaje corporal afirman que existen signos delatores que pueden ayudar a descubrir –por sus gestos– cómo es la persona que tenemos delante. Así, se supone que un mentiroso no suele mirar a la cara cuando miente y que a veces incluso presenta algún tic como juguetear con alguna prenda, un anillo o un botón. Sin embargo, estos indicios delatores solo sirven para desenmascarar a malvados y mentirosos muy poco duchos en el noble arte de engañar al prójimo. Y es que un profesional de la trola, como ustedes comprenderán, lo primero que aprende es que hay que mirar siempre a la cara cuando cuenta una milonga. Más aún, suele añadir otras actitudes estudiadas que pueden leerse como lenguaje corporal destinado a crear empatía o confianza. Por eso un profesional del cuento chino es siempre un tipo campechano y simpatiquísimo que abre mucho las manos al hablar y toca familiarmente a su interlocutor en el brazo. En efecto, el lenguaje corporal se puede fingir con suma facilidad y, al ser su percepción subliminal e inconsciente, resulta un directo al corazón de la cándida víctima que se desea camelar. De ahí que los estudiosos del comportamiento humano hayan desechado últimamente recurrir al lenguaje de los gestos cuando se trata de desenmascarar a un mentiroso y hayan vuelto a fijarse en lo que dice y no en cómo lo dice. Recientes estudios en las universidades Yale y Portsmouth, por ejemplo, han descubierto interesantes diferencias entre aquellos que mienten y los que dicen la verdad. Observando cómo se expresan personas que son sospechosas de haber cometido un crimen o delito, han llegado a la conclusión de que un mentiroso siempre prepara su mentira. En otras palabras, alguien que cuenta una trola elabora un guión cerrado y al hacerlo –ojo que aquí viene el truco– no divaga. En cambio, las personas que dicen la verdad no tienen guión, por tanto, al contar un hecho, se van por las ramas y son más descuidados en su versión de lo ocurrido. Al hablar por ejemplo del día de autos, cuentan lo que estaban haciendo con detalles irrelevantes, puede que incluso hablen de percepciones que nada tienen que ver con el asunto delictivo que se investiga como olores, sabores, etcétera. El mentiroso, en cambio, cuenta su historia sin fisuras. Él se ha aprendido el discurso que cree que le aportará la coartada perfecta y no se sale nunca del guión. Ocurre también que un mentiroso narra una situación exactamente igual cada vez que le preguntan mientras que una persona que dice la verdad una vez se fijará en ciertos detalles, y otra en otros. Me ha interesado mucho este estudio y quería compartirlo con ustedes por la ayuda que puede suponer a la hora de desenmascarar a troleros y embaucadores. Es algo así como alcanzar ese viejo desiderátum de leer las mentes ajenas y saber qué piensa un vecino, algo que tal vez antes, cuando éramos seres más simples e intuitivos, podíamos hacer con mayor precisión. Pero el estudio sirve también para otra cosa: para perfeccionar el propio arte de contar una trola de vez en cuando. No es que yo sea muy ducha en el asunto. Al contrario, soy de las que tiemblan y tartamudean cuando mienten. Pero a veces no hay más remedio que contar alguna milonga. ¿Me equivoco? Creo que no, y el que dice que no miente nunca mucho me temo que ya esté mintiendo.

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