domingo, 8 de mayo de 2011

Tres gigantes de acero: Renzo Piano Jaques Herzog y Glenn Jurcutt, ganadores del preimio Pritzker

JAQUES HERZOG: «Mi objetivo es transmitir emoción»

Este creador y su socio, Pierre de Meuron, forman la pareja más exitosa de la arquitectura actual. Se conocieron cuando solo eran unos niños, con seis años. Al terminar su formación, montaron su propio estudio cerca de su casa, en Basilea (Suiza), y lo llamaron Herzog & De Meuron. Desde él han creado maravillas como el «nido olímpico» de Pekín o el CaixaForum de Madrid.

Jacques Herzog y Pierre de Meuron, premio Pritzker 2001, han dejado su huella por todo el mundo: desde la renovada galería Tate Modern de Londres -quizá el edificio que los proyectó al altar en el que hoy se encentran- hasta el museo CaixaForum de Madrid o el ´polémico´ Estadio Olímpico de Pekín, más conocido como ´nido de pájaro´, construido para los Juegos de 2008. «Todo el mundo sabe lo que ocurre allí. Las condiciones de trabajo no son las deseables... pero vestimos ropa made in China. Es fácil criticar desde lejos. Casi me siento tentado a decir lo contrario. Fue maravilloso trabajar allí y creo que el estadio contribuye al proceso de apertura de la sociedad. Sería arrogante no comprometerse. De otro modo ningún político podría haber ido ni ningún atleta.»

Su tándem con De Meuron se remonta a 1956. Herzog y su socio nacieron, con una semana de diferencia, en Basilea (Suiza), en 1950. Seis años después, sus caminos se cruzaron. Crecieron juntos, fueron a la universidad... Herzog eligió Biología; Pierre, Ingeniería. Pero cambiaron de tercio y recalaron en la prestigiosa Escuela Politécnica Federal de Zúrich, con maestros como el italiano Aldo Rossi. A los 28 años decidieron abrir su propio estudio, violando la norma no escrita que afirma que antes hay que pasar por estudios ajenos para completar el aprendizaje. Aun hoy, el estudio sigue en el mismo sitio, si bien se ha extendido. «Empezamos en una casa y hemos ido adquiriendo otras vecinas –cuenta-. Hoy, con 350 trabajadores, somos el mayor estudio de arquitectura experimental, con oficinas en tres ciudades. Pero allí, en Basilea, es donde trabajamos.» Herzog es la voz pública del dúo: él se enfrenta a las conferencias y a los medios. Pierre prefiere vivir alejado de los focos.

Tal vez su seña de identidad sea carecer de ella: otros arquitectos deciden imprimir una huella característica a todas sus obras; ellos, al contrario, parecen trabajar con el fin de no crear dos edificios iguales. «Cultivar una marca como arquitecto puede ser una estrategia útil, sobre todo al inicio de tu carrera –explica-, pero preferimos nuestra manera de trabajar porque te permite evitar la trampa de repetirte.» 

Así, cuando el posmodernismo mandaba, ellos decidieron llevar la contraria con una línea minimalista. «Sí, trabajábamos mucho con artistas, pero ellos no querían nada ´especial´, odiaban aquellos espacios sobrecargados de entonces. Teníamos un modo de pensar muy agresivo, a contracorriente.» Y no lo han perdido. Le gusta definir su modo de trabajar como «una experimentación formal», no exenta de «sensualidad», pero sin olvidar nunca el pragmatismo: «Los edificios se construyen para ser usados, pero buscamos transmitir energía a la gente. Hoy hay muchas herramientas para mantener a la gente lejos de las emociones. Nosotros decimos: ´Dale rienda suelta´».


RENZO PIANO: «Las casas deben aprender a respirar»

Ya es parte de la historia de la arquitectura contemporánea por su diseño del Centro Pompidou de París, firmado con su socio de entonces, Richard Rogers. Desde entonces, Rezo Piano no ha parado, sobre todo, de ´hacer cosas´, con lo que más disfruta, pero también, mal que le pese, de pensar mucho qué es la arquitectura. Nos lo cuenta. 

Los arquitectos somos como un iceberg -sostiene el genovés Renzo Piano [1937]-. Se suele ver la punta de nuestro trabajo, pero la mayor parte queda oculta a la vista.» ¿Y qué escapa a nuestro campo de visión? «A mí me gusta llamarlo cabezonería, cabezonería suprema. Si la utilizamos bien, puede ser muy útil porque nos permite llegar a la esencia de las cosas, no quedarnos en la periferia, en la superficie.»

Él ha cultivado esa cabezonería desde los tiempos de la universidad, aquellos de la militancia política, de la reinvención de la sociedad y del propio concepto de arquitectura. «Hace 50 años, me resultaba muy sencillo definir la arquitectura: es el arte de construir edificios. Una respuesta sencilla y precisa. Hoy, las cosas se han complicado más: la arquitectura es el arte de luchar contra la gravedad -algo estúpido, porque es la más rotunda de las leyes de la física-, pero es también el arte de entender a la gente, de dar respuesta a sus necesidades, pero también a sus sueños.» Así pues se declara perdido a la hora de responder a esa vieja pregunta solo en apariencia sencilla. «Es un arte fronterizo. Cada día llego a mi estudio a las 9, a las 10 ejerzo de sociólogo o antropólogo, una hora más tarde, me veo convertido en un poeta... Todo es parte de lo mismo.»

Su estudio, Renzo Piano Building Workshop (algo así como Taller de Construcción Renzo Piano), tiene sede en Génova y París: «Trabajan conmigo unas cien personas, algunas desde hace 40 años. Es un gigantesco capital humano acumulado a base de crecer juntos». Llevan adelante proyectos en todo el mundo. «Es como dirigir una orquesta en la que, de vez en cuando, tú también coges un instrumento», bromea, aunque aclara que él ya no se sienta a esbozar los proyectos. Solo interviene en ellos, eso sí, continuamente. 

Sobre la arquitectura del futuro dice: «La palabra clave de laarquitectura en el siglo XIX era ´acero´ y en el XX, ´globalización´. Hoy, esas palabras son la fragilidad de la Tierra y el diálogo con ella, la energía. Nuestros edificios deben aprender a respirar: adiós al aire acondicionado. Hay un componente energético y tecnológico en el concepto, pero también poético. La arquitectura debe saber guiar y explicar esta transición hacia una era nueva». 

Cuando hace 40 años concluyó el Centro Pompidou de París, uno de los monumentos más visitados de Francia, su amigo el escritor Ítalo Calvino le recomendó en broma que «lo lavara con un gran cepillo». Pese a ello, llegaron los reconocimientos. Entre ellos, el Pritzker en 1998. En 2006, la revista Time incluyó su nombre entre las cien personas más influyentes del mundo. 


GLENN MURCUTT: «Mi oficina cabe en el maletero de mi coche»

Es una rara avis en el mundo de la arquitectura, un sabio aislado de tan bajo perfil que nadie imaginó nunca que el premio Pritzker recayera alguna vez en sus manos. Creció en Nueva Guinea y Australia, donde aprendió a interpretar las señales de la naturaleza para escapar de las tribus caníbales y adaptar las construcciones al entorno.

Aunque nacido en Londres en 1936, Glenn Murcutt pasó su infancia en Papúa-Nueva Guinea, donde aprendió a escuchar y oler la naturaleza y a ´leer´ en los pastos las huellas más recientes. Era, cuenta, el modo de sobrevivir. «La región era muy peligrosa. El europeo más cercano vivía a diez kilómetros de nuestra casa... ¡hasta que una tribu caníbal se lo comió! Cuando vives en un sitio así, tus sentidos aprenden a interpretar el entorno: los olores, la dirección del viento, los ruidos... Aprendes a observar para sobrevivir, pero observar es también aprender.» 

Y este aprendizaje es el mismo que Murcutt transmite hoy a cada uno de sus proyectos: viviendas unifamiliares, sobre todo, y algún edificio de mayor escala, como el Museo de Historia Local de la ciudad australiana de Kempsey, en Nueva Gales del Sur. Para más rarezas en un Pritzker, solo trabaja en Australia. Nunca fuera. «Es que para hacer un edificio necesitas conocer el terreno donde se asentará y la cultura que lo rodea. Si no sabes cómo huele cuando cae el Sol en verano, no conoces esa tierra. Un arquitecto no puede hacer la misma casa en España que en Australia.» Y así ´nacen´ casas que valoran las corrientes de aire, la orientación del Sol, la flora y fauna del lugar. 

Sin climatización adicional, respetuosas con el medio ambiente, aunque lejos de las etiquetas: «Expresiones como ´arquitectura sostenible´ o ´ecoarquitectura´ se han convertido en frases hechas. La mayoría de la llamada ´arquitectura sostenible´ es horrible, porque no se ha valorado realmente el entorno. Solo tiene el nombre. Hoy se hacen muchos edificios estúpidos, donde el arquitecto espera que el aire acondicionado resuelva los problemas que él no ha sabido resolver».

Otra rareza: lo hace todo él solo. Más allá de una época, ya lejana, en la que trabajó para algunos estudios en Londres o Sídney, Murcutt nunca ha querido tener trabajadores a su cuenta. Como mucho, en algunos proyectos trabaja con su mujer. «Si empleas a gente, adquieres responsabilidades: enseñarles a trabajar como te gusta y, sobre todo, invertir mucho tiempo en encontrar trabajo para poder pagarles. He visto a muchos estudios de arquitectura crecer y, cuanto más grandes son, peor es su trabajo.

Yo no quería formar parte de eso. Mi oficina cabe en el maletero de mi Citroën. Y eso me parece fundamental. Me permite centrarme en mi trabajo sin tener en mente que debo mantener una infraestructura.» Además, trabaja sin prisas. Muchos de sus clientes deben esperar años antes de que él se siente a proyectar los planos de su casa. «Ahora, cuando me llaman, les advierto de que puede ser peligroso esperar. ¡Tengo ya casi 75 años, quién sabe durante cuánto tiempo más podré trabajar!», bromea.

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